Si la luz de la vida intensa emerge de las calles, los parques, los rincones que en ocasiones pasan inadvertidos, y sobre todo de gente humilde y emprendedora, entonces es genuina y brilla por su singularidad. Así ocurre en
#Baracoa, la Ciudad Primada, fundada hace 511 años por Diego Velásquez, a quien llamaron El Adelantado.
Por sus encantos reales y maravillosos, los baracoenses adoran su villa y son felices con los amaneceres
que llegan como ángeles aparecidos en medio de la bahía; con el curso sublime de las aguas de los ríos Miel, Toa y Duaba; los Tibaracones que se forman por la acumulación de arena, palos arrastrados y sedimentos en los puntos donde las corrientes naturales besan al mar.
Sus varios fuertes que dan aún sentido de seguridad plena hasta el horizonte, el cacao y los cucuruchos de coco únicos; la Cruz de la Parra traída por Colón, resguardada en la Iglesia Parroquial, así como el Nengón y el Kiribá, ritmos originales, considerados, junto al changüí, células primarias del son cubano.
Pareciera que en Barcaoa el tiempo quedó detenido, como en el cuadro de un pintor de la comarca que logra a través del arte dejar “congelada” la extraordinaria belleza de la región.
La primera villa cubana, fundada el 15 de agosto de 1511, combina magistralmente la arquitectura colonial con los singulares y místicos valores naturales de su entorno y los destellos de una nueva vida, un tanto más moderna, reflejada en edificios multifamiliares y construcciones contemporáneas.
Más allá de lo que pudo significar el encuentro de las culturas taína y española con la llegada en 1492 de Cristóbal Colón, el hecho de que la primera villa y episcopado cubano, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, cumpla 511 años este 15 de agosto es, sin dudas, un momento para reafirmar lo que, luego de un largo proceso de transculturación y mestizaje, cristalizara en lo que hoy somos: cubanos.
Baracoa reúne condiciones especiales de humedad, temperatura, precipitaciones y suelos que hacen de este territorio el mayor productor de cacao de la Isla.
Esta Baracoa, Villa de 511 años, testigo de la hidalguía del cacique Hatuey, de la valiente y segura lanza de Guamá, del desembarco de los hermanos Maceo junto con Flort Crombet y otros patriotas el 1º de abril de 1895 en aquella goleta de nombre generoso: Honor.
También escenario de las protestas contra el latifundio y las vejaciones cometidas por las compañías bananeras, de la incorporación de sus hijos a las fuerzas del Ejército Rebelde y a la defensa plena del socialismo cuando los mercenarios intentaron desembarcar por costas baracoenses el 15 de abril de 1961 en la denominada operación Marte, frustrada por la dignidad y la hidalguía.
La Villa se eleva por derecho propio llena de luz, con alas de oro para iluminar un archipiélago que la identifica como la raíz, la cuna de lo que somos, lo autóctono, ahora con cinco siglos, una década y un año, simbolizados en aquel niño que juega, con un porvenir seguro, en el muro del Malecón sin saber aún que él es ya parte del futuro de la Primera en el Tiempo.